WangariMaathai |
por
Daisaku Ikeda
La
Doctora Wangari Maathai viaja alrededor del mundo exhortando a que se le dé
importancia a nuestro medio ambiente, con el grito de guerra mottainai.
Qué es lo que tiene esta palabra japonesa (que significa “qué desperdicio!”)
que capturó la atención de la Doctora Maathai? En el momento en que vi su
radiante sonrisa, en nuestro encuentro en el 2005, entendí inmediatamente porque
Wangari también es conocida como la madre del Movimiento Cinturón Verde, una
iniciativa comunitaria para plantar árboles en muchos países africanos. En los
últimos 30 años, las mujeres pobres del campo se han unido a Wangari en el
emprendimiento de plantar más de 30 millones de árboles a través de África. Son
mujeres que deben levantarse muy temprano en la mañana y caminan muchas millas
cada día, con sus hijos pequeños colgando en sus espaldas, en busca de agua y
leña. Este movimiento que hace sus vidas más fáciles, y a su vez protege el
medio ambiente natural, es de hecho un movimiento de las madres, para las
madres y por las madres.
Es de
esperar que Wangari, quien ha liderado este movimiento desde hace décadas, esté
impresionada por la sabiduría de las madres japonesas como se ejemplifica por
su sinónimo, mottainai.
Para las
personas de mi generación, que vivieron durante la Segunda Guerra Mundial, la
palabra mottainai nos
recuerda a nuestras madres. Cualquier trozo de comida sobrante de la cena o de
su preparación se transformaba por las manos de nuestras madres trabajadoras en
una deliciosa golosina hecha en casa para llenar los estómagos de sus hijos en
crecimiento. Los niños estaban orgullosos de llevar pantalones con parches de
sus madres habían cosido en sus rodillas. Las madres eran maestras de una
ciencia de la nutrición basada en el amor, de la economía doméstica basada en
el ahorro y el ingenio.
Ese
espíritu de cuidado de que nada se desperdicie, fue una de las más admirables
virtudes del Japón de esos tiempos, y estaba íntimamente ligada con una ética
natural de reverencia por la vida y consideración por los demás. Estoy seguro
de que no soy el único que lamenta que se haya perdido ese espíritu, cómo una
de las razones detrás de la pérdida de la humanidad, tan evidentes en nuestro
mundo de hoy.
Mi
esposa, que también experimentó la privación de los años de guerra, siempre se
ha esforzado por ser ahorrativa y económica en la gestión de nuestro hogar.
Ella nunca pierde ni siquiera un grano de arroz, y las sobras de la cena
seguramente harán una segunda aparición en otra comida. El reciclaje es su
segunda naturaleza, y ella siempre ha guardado cosas como papel de envolver y
cinta para su reutilización.
Estos
ejemplos ingenio e inventiva cotidianos puede parecer pequeños o
insignificantes, pero las madres del mundo han utilizado esta sabiduría popular
y el amor como eficaces instrumentos para mantener a sus familias y mejorar sus
vidas.
Wangari
también concibió su Movimiento Cinturón Verde desde la compasión y la
preocupación por el futuro de sus hijos y por su patria de Kenia. Ella aplaude
a las mujeres nobles, comunes y corrientes que participan en el movimiento como
"guardabosques sin título". Su solidaridad comprometida y sus
constantes esfuerzos en sus comunidades no sólo previenen la desertificación de
África, sino también crean conciencia en cuestiones ambientales en las mentes
de la gente de todo el mundo. Su servicio a la humanidad y la Tierra es muy
superior a la de cualquier líder nacional. En un discurso pronunciado en nuestra
universidad, Wangari dijo que los políticos, inevitablemente, intentan
aprovecharse de la gente, y que es vital que el pueblo evite esto mediante su
participación en el gobierno. Esto, de hecho, es cierto. Creo que la democracia
en el siglo 21 debe basarse en el aprendizaje de la sabiduría de las madres,
que son las verdaderas representantes del pueblo, y aprovechar al máximo
posible la sabiduría de las mujeres.
Mi madre
es también el punto de partida de mis actividades por la paz. Ella permaneció
ecuánime y valiente, aun cuando cuatro de sus hijos fueron alejados de ella,
uno tras otro, para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Pero después de la
guerra, cuando recibió la noticia de que su hijo mayor había muerto en los
combates, su corazón se destrozó. Mientras viva, nunca olvidaré su dolor y
tristeza en ese momento.
El dolor
de una madre de buen corazón es el dolor de millones de madres. La guerra, que
obliga a las madres del mundo a la sumisión y las somete a la inanición y a la
amargura, nunca debe permitirse, no importa cuáles sean las circunstancias.
Plantar
un árbol es sembrar vida; es promover el futuro, es promover la paz. Esta es
una creencia que Wangari y yo compartimos en lo más profundo.
“No importa cuan desesperada parezca la
situación”, me dijo ella, “la luz de la esperanza puede brillar”.
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