(De una serie de ensayos de Daisaku Ikeda publicado por primera vez en Philippine magazine Mirror en 1998)
Recuerdo que estaba preparando un proyecto durante las vacaciones de verano en la escuela primaria. Teníamos que hacer algo en casa y llevarlo con nosotros para el nuevo ciclo. Siendo torpe, no pude conseguir que todo se mantuviera junto y tuve que regresar a la escuela avergonzado y con las manos vacías.
Cuando me preguntaron qué había ocurrido con mi proyecto, balbuceé que lo había olvidado en casa. Para mi horror, el maestro me dijo que fuera a casa y lo trajera de inmediato. Volví a casa sintiéndome desesperado y miserable. Mirando alrededor, vi una estantería que había hecho mi hermano mayor. Se la presenté al maestro, que elogió mi trabajo y me dio una buena nota por ello. Pero, mirando hacia atrás, estoy seguro de que él sabía cuál era la verdadera historia.
Desde determinado punto de vista, se podría decir que este maestro me recompensó por haber mentido, pero ese no es mi punto de vista. De una forma cálida y con gran corazón, me contuvo y me transmitió un sentido muy concreto de credibilidad, realmente lo que necesitaba en ese momento. Y, por supuesto, me sentí profundamente avergonzado, y me prometí no volver a dejar que algo así volviera a suceder.
Creo que la educación es lo que queda mucho después de que el contenido de cada lección específica ha sido olvidado. La esencia de la educación es la formación del carácter, enseñándole a los jóvenes a vivir en sociedad y animándolos a pensar de manera independiente. El estudio es mucho más que meramente la absorción de los conocimientos y las técnicas existentes; y la capacidad de memorizar y razonar no es nada en comparación con la sabiduría, la riqueza emocional y la creatividad que reside dentro de cada ser humano.
La educación que no enseña valores convierte a las personas en meros robots llenos de datos, pero sin una comprensión de para qué. Tal escolarización sobre-competitiva y sin alma, hace arrogantes a los niños exitosos, al mismo tiempo que deja a los niños menos brillantes académicamente con una baja autoconfianza y un profundo miedo al fracaso.
Lamentablemente, la educación es utilizada a menudo para cultivar personas que son útiles sólo en la medida en que encajen en determinados roles en la sociedad, y los sistemas escolares en Japón y muchos otros países en realidad evitan que los niños desarrollen su pleno potencial.
En la carrera para escalar los peldaños del prestigio académico y el estatus, podemos fácilmente perder de vista la cuestión más importante de todas: ¿Cuál es el propósito de aprender?
Creo que el verdadero objetivo de la educación debe ser la felicidad duradera de los que aprenden. La educación nunca debe estar subordinada a las exigencias del ego nacional, o a la demanda de las empresas de empleados que generen ganancias. Los seres humanos, la felicidad humana, deben ser siempre la meta y el objetivo.
Mi propio maestro, Josei Toda, a menudo decía que el mayor error de la humanidad moderna es confundir el conocimiento con la sabiduría. El conocimiento en sí es una herramienta neutral que puede ser usada para el bien o para el mal. Como la historia demuestra tristemente, monstruos educados pueden causar mucho mayor horror que sus hermanos no escolarizados. Al menos siete de los participantes en la Conferencia de Wannsee, donde los nazis planearon la "solución final" - exterminio - al "problema judío", tenían doctorados. Es difícil imaginar una mayor perversión y degradación de la educación.
La sabiduría, por el contrario, siempre nos dirige hacia la felicidad. La tarea de la educación debe ser la de estimular y dar rienda suelta a la sabiduría que se encuentra latente en la vida de todos los jóvenes. Esto no es un proceso forzado, como presionar algo en un molde preformado, sino que más bien es extraer el potencial que existe en el interior.
Creo firmemente que cada joven tiene en su interior el poder para cambiar el mundo. El rol de los que enseñan es creer en ese poder, estimularlo y liberarlo.
La relación entre el educador y el alumno puede ser un eslabón vital a través del cual se abren nuevos horizontes y la vida se desarrolla. Para mí, la esencia de la educación es el proceso mediante el cual el carácter de una persona inspira a otros. Cuando los educadores se convierten en socios en el proceso del descubrimiento, ardiendo en pasión por la verdad, el deseo de aprender se enciende en forma natural en el corazón de sus alumnos. Y una vez que los niños sienten que sus docentes están realmente preocupados por su bienestar individual, ellos comenzarán a confiar y a abrirse a ellos.
Me entristece ver que actualmente este vínculo vital entre el alumno y el docente parece haber sido debilitado por la desconfianza y la incomprensión. Los docentes de todo el mundo luchan contra problemas de control y de disciplina, y los estudiantes resienten el hecho de que tienen que abarrotarse la cabeza con conocimientos que no responde a sus preguntas apremiantes sobre la vida, el mundo real y las relaciones humanas.
Los educadores que no entienden y no se preocupan por sus alumnos, que meramente parlotean respuestas estereotipadas, posiblemente no puedan satisfacer las mentes curiosas y sensibles de los niños. Nunca hay que olvidar que las personas más importantes en una escuela son sus alumnos.
Una vez escuché acerca de un maestro de escuela primaria japonesa que estaba irritado porque una niña de su clase no podía seguir el ritmo de las clases. Él renunció a tratar de ayudarla después de que una compañera de trabajo le dijera: "Los seres humanos son como la fruta, entre el veinte y el treinta por ciento es siempre inútil y no hay nada que puedas hacer al respecto."
Entonces, un día, durante el recreo, vio a la niña jugando con un rompecabezas, intentando juntar las piezas de plástico para que cupieran en una caja. Finalmente lo consiguió y gritó: "¡Lo tengo!". Su rostro brillaba con un deleite que nunca había visto antes. El maestro de repente sintió remordimiento. ¿Cómo se atrevía a renunciar a ella? ¿No era su trabajo asegurarse de que cada niño saliera de su salón de clases con la confianza de que podían hacer cualquier cosa si realmente lo intentaba?
Él descubrió que los padres de la niña, ambos graduados de importantes universidades, estaban constantemente llamándola "estúpida". El maestro decidió elogiarla todos los días, por cada pequeño logro, para lavar la mancha de críticas de su corazón.
Luego de un año, la niña se transformó. Continuando a su propio paso, llegó a experimentar la alegría de aprender. La clave fue la comprensión de que si ella hacía un esfuerzo por lograr algo, ella podría hacerlo.
Esta historia muestra cómo el más pequeño fracaso puede destruir la confianza de un niño, y el catalizador más pequeño puede desencadenar el crecimiento. Es vital que los docentes crean en el potencial de todos los niños y se preocupen por su felicidad como seres humanos.
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