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por Leslie Mancillas, USA
Desde los siete años, fui golpeada e insultada por mi madre que, al mismo tiempo, era adicta a las drogas. Cuando yo tenía 13 años, mi mamá planeó suicidarse, pero antes de eso, fue a peinarse. Y aprendió sobre el Budismo Nichiren a través de su estilista.
En lugar de poner fin a su vida, ese día mi mamá empezó a invocar Nam-myoho-renge-kyo. Yo también empecé a cantar, para demostrar que no funcionaba. Eso fue hace 39 años. Mi madre superó su adicción, el abuso físico terminó y nuestra situación familiar mejoró.
Durante las siguientes tres décadas, obtuve mi maestría, comencé a enseñar, me casé con mi maravilloso marido, tuve dos hijas hermosas y era muy activa en la SGI de los EE.UU. Pensé que tenía una práctica budista fuerte pero, en retrospectiva, veo que poco a poco caí en una zona de comodidad donde nunca me esforcé demasiado.
Entonces, hace unos seis años, mi vida se desmoronó. Los problemas financieros amenazaban nuestra casa. Fui diagnosticada con colitis ulcerosa grave, una enfermedad incurable que a menudo me doblaba de dolor. En el trabajo, fui reprendida por recibir llamadas personales, varias veces al día. Esas llamadas eran acerca de mi problema más insostenible - una oscuridad que consumía mi casa y mi corazón: una de mis hijas descendía en espiral hacía el infierno.
A los 12 años, mi hija comenzó a vestirse completamente de negro y a salir a hurtadillas por la noche. Se cortaba a sí misma y consumía drogas pesadas. Fue detenida 60 veces en dos meses y fue reprobando en todas sus clases. Era violenta en casa y hablaba de querer acabar con su vida. Mientras ella continuó dañándose durante el siguiente año, yo me sentí absolutamente desesperada e incapaz de ayudar a alguien a quien amaba más que a mi vida.
Hace cinco años, asistí a una conferencia de mujeres de la SGI de EE.UU. Una mujer experimentada en la fe habló sobre "salir de nuestra zona de confort"; y de una mujer que se fija la meta diaria de cantar en abundancia, compartir el budismo con una persona y estudiar la orientación del presidente de la SGI Daisaku Ikeda. Guardé esto muy profundamente en mi mente.
Al día siguiente, mientras me sentaba a cantar, me di cuenta de que no creía que mi oración pudiese impactar en otra vida que estaba tan profundamente en el infierno. Alguien experimentada en la fe me animó a asumir la plena responsabilidad por mi hija para superar su oscuridad fundamental. En ese proceso, dijo, superaría mi propia oscuridad fundamental, que estaba conectada a todos mis otros problemas.
Recuerdo que pensé: Yo no tengo oscuridad fundamental: soy muy optimista. Lo que llegué a entender más tarde es que la oscuridad fundamental adopta muchas formas, pero se reduce a una sola cosa: la falta de convicción en nuestra naturaleza de Buda.
Al principio, las cosas empeoraron: mi hija se volvió más violenta y autodestructiva. Recordé las metas que había escuchado en la conferencia de mujeres y comencé una campaña de 365 días por cantar en abundancia, a compartir el budismo con una persona y a estudiar las lecturas del presidente Ikeda.
Leía un pasaje recurrentemente: "La oración es el coraje de perseverar. Es la lucha por vencer nuestra propia debilidad y la falta de confianza en nosotros mismos. Es el acto de imprimir en lo más profundo de nuestro ser la convicción de que podemos cambiar la situación sin falta. La oración es la manera de destruir todo el temor. Es la manera de desterrar la tristeza, la manera de encender una antorcha de esperanza. Es la revolución que reescribe el escenario de nuestro destino. "
La siguiente vez que mi hija me gritó con rabia y disgusto, sonreí y dije: "Te quiero de todas formas. Que tengas un buen día". Ella se quedó atónita. Poco después, mi hija me dijo: "Mamá, debes darte por vencida conmigo. No valgo nada". Le respondí: "Nunca voy a darme por vencida contigo. Mi madre me lastimó físicamente, y me prometí que eso nunca le iba a pasar a mis hijos. Ahora, tú estás haciéndote daño a ti misma. Mi mamá quería suicidarse, y tú también hablas de eso. Voy a asumir la plena responsabilidad por tu sufrimiento para que cambies". Ella me miró sorprendida y aliviada: "¿En serio? ¿Tú?" Fue entonces cuando supe que dependía de mí.
También me di cuenta de que yo había estado culpando a mi hija. Dejé de juzgarla y de quejarme de mis problemas. Cantaba como nunca antes. Me esforcé cada día por compartir el budismo con alguien. Esto realmente me sacó de mi zona de confort. Poco a poco, comencé a no dejarme llevar por la ira, la violencia y la autodestrucción de mi hija. Y ella se dio cuenta.
En un mes, mientras yo estaba cantando, mi hija cogió una silla detrás de mí y cantó durante más de una hora. Me quedé anonadada. Mi oración, no mis palabras, había tocado su corazón. Ella cantó conmigo todos los días; una, dos horas, a veces más. Ella me habló de su sufrimiento, su sentimiento de no encajar.
Ese año, dejó de cortarse si misma, dejó de consumir drogas, dejó de fumar y comenzó a usar colores, incluyendo el pelo de color rojo brillante. También comenzó a sonreír, incluso a reír. Encontramos una escuela alternativa que ella amó y donde se destacó. Ella canta a menudo y comparte el Budismo con sus amigos. Se esfuerza constantemente para mejorarse a sí misma y a nuestro mundo. Es voluntaria en dos organizaciones de paz y justicia social, y lidera sus actividades.
Mi hija me ha enseñado fe. Cualquier otro problema también se está transformando. Mi colitis está curada en un 80 por ciento, y ya no siento dolor.
Entiendo con mi vida por qué el presidente Ikeda dice que debemos confiar todo a la juventud. Ellos son nuestro valioso futuro. Doy gracias a mis hijas por enseñarme lo que significa realmente la oración, doy gracias a mi madre por traer el budismo de Nichiren a mi vida, y agradezco al presidente Ikeda por su orientación, que me inspira día a día.
Madre de madres! Gracias por compartir esta hermosa oración de vida. Desde hoy comienzo a orar con voz de victoria, a propagar con tu ternura impacable, y a estudiar los escritos de Sensei Ikeda, sintiendo la dulzura de su dedicación, como el aroma de la flor de los cerezos, que tanto lo inspiran cada mañana. Madre de madres!
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