http://www.sgi.org/sgi-president/writings-by-sgi-president-ikeda/the-poor-womans-lamp.html
En una carta escrita por Nichiren hace 700, en agradecimiento de la ofrenda sincera hecha por una devota mujer llamada Onichi-nyo, hay un pasaje en el que se lee: “Una pobre mujer cortó su cabello y lo vendió para comprar aceite para el Buda, y ni siquiera los vientos que descienden del Monte Sumeru pudieron extinguir la llama de la lámpara alimentada con ese aceite” (“Respuesta a Onichi-nyo”, Escritos de Nichiren Daishonin, p. 1089). Esta historia deriva de una escritura Budista y es comúnmente conocida como “La Lámpara de la Mujer Pobre”:
En los días del Buda Shakyamuni existía un estado llamado Magadha en la antigua India. La bien conocida ciudad de Rajagriha era la capital donde el rey y su corte residían. Una anciana mujer vivía cerca de allí. Era una persona de profunda fe, ella siempre había ansiado ofrendar al Buda algo valioso, pero, sola y pobre como estaba, ella no podía satisfacer su deseo.
Un día en la calle, la anciana se encontró con una larga procesión de carretas que transportaban una gran cantidad de aceite de linaza. Luego de preguntar, ella se enteró de que el aceite era una donación del rey Ajatashatru, que le estaba enviando al Buda. Profundamente conmovida, la anciana también deseaba hacer una ofrenda, pero no tenía dinero alguno. Decidió entonces cortarse el cabello y venderlo (algunos dicen que ella había ahorrado algo de las limosnas que había recibido). Con ese dinero ella compró una pequeña cantidad de aceite de linaza y fue a ofrendárselo al Buda. Ella pensó: “Con tan poco aceite una lámpara solo brillara la mitad de la noche. De todos modos, si el Buda reconoce mi fe y siente compasión por mí, entonces la lámpara brillara durante toda la noche”.
Su deseo fue cumplido y la lámpara continuó encendida durante toda la noche, mientras que las otras lámparas fueron apagadas por lo fuertes vientos que soplaban desde el Monte Sumeru. Cuando llegó el día, la gente trató de apagarla, pero, por el contrario, su lámpara continuó iluminando aún más, tan brillante como para iluminar el mundo entero.
Entonces el Buda Shakyamuni reprendió a sus discípulos que estaban haciendo todo lo posible para extinguir la brillante luz: “Deténganse! Esta anciana ha hecho ofrendas a dieciocho millones de Budas en sus existencias pasadas, y recibió la profecía de un Buda en su vida anterior de que ella alcanzaría la Budeidad”. El Buda Shakyamuni proclamó entonces que en el futuro ella ciertamente se convertiría en un Buda llamado Lámpara de Luz Sumeru.
No es necesario decir que, después de haber oído esto, la anciana se sintió llena de alegría. Pero por el contrario, Ajatashatru, a pesar de que él había donado diez mil veces más aceite que la anciana, no podía recibir una profecía de iluminación, porque tenía una abrumadora sensación de arrogancia en su interior.
En los días del Buda Shakyamuni existía un estado llamado Magadha en la antigua India. La bien conocida ciudad de Rajagriha era la capital donde el rey y su corte residían. Una anciana mujer vivía cerca de allí. Era una persona de profunda fe, ella siempre había ansiado ofrendar al Buda algo valioso, pero, sola y pobre como estaba, ella no podía satisfacer su deseo.
Un día en la calle, la anciana se encontró con una larga procesión de carretas que transportaban una gran cantidad de aceite de linaza. Luego de preguntar, ella se enteró de que el aceite era una donación del rey Ajatashatru, que le estaba enviando al Buda. Profundamente conmovida, la anciana también deseaba hacer una ofrenda, pero no tenía dinero alguno. Decidió entonces cortarse el cabello y venderlo (algunos dicen que ella había ahorrado algo de las limosnas que había recibido). Con ese dinero ella compró una pequeña cantidad de aceite de linaza y fue a ofrendárselo al Buda. Ella pensó: “Con tan poco aceite una lámpara solo brillara la mitad de la noche. De todos modos, si el Buda reconoce mi fe y siente compasión por mí, entonces la lámpara brillara durante toda la noche”.
Su deseo fue cumplido y la lámpara continuó encendida durante toda la noche, mientras que las otras lámparas fueron apagadas por lo fuertes vientos que soplaban desde el Monte Sumeru. Cuando llegó el día, la gente trató de apagarla, pero, por el contrario, su lámpara continuó iluminando aún más, tan brillante como para iluminar el mundo entero.
Entonces el Buda Shakyamuni reprendió a sus discípulos que estaban haciendo todo lo posible para extinguir la brillante luz: “Deténganse! Esta anciana ha hecho ofrendas a dieciocho millones de Budas en sus existencias pasadas, y recibió la profecía de un Buda en su vida anterior de que ella alcanzaría la Budeidad”. El Buda Shakyamuni proclamó entonces que en el futuro ella ciertamente se convertiría en un Buda llamado Lámpara de Luz Sumeru.
No es necesario decir que, después de haber oído esto, la anciana se sintió llena de alegría. Pero por el contrario, Ajatashatru, a pesar de que él había donado diez mil veces más aceite que la anciana, no podía recibir una profecía de iluminación, porque tenía una abrumadora sensación de arrogancia en su interior.
Pero Shakyamuni era en definitiva un hombre con una profunda mirada interior. No puedes romper las lazos de sinceridad que une a los seres humanos entre si en lo más profundo de sus vidas, invulnerables a través del aire y el agua. Aun cuando las demás cosas mengüen y colapsen en el torbellino de las implacables dificultades de la vida, la sinceridad solo se volverá aún más brillante. No puedo evitar pensar que, a la luz de la lámpara que esta anciana ofrendaba, Shakyamuni vio la luz de la vida que nunca se extingue.
No es el valor material de una ofrenda, sino el espíritu detrás de esta lo que cuenta. La solitaria lámpara de la pobre mujer significaba mucho más que los cinco mil barriles de aceite que Ajatashatru, el gobernante de ese país, había donado al Buda. La pequeña lámpara contenía la sinceridad que una mujer desconocida sentía en todo su ser. Una mente que concede importancia aún a las más mínimas cuestiones, y que ama y atesora aun las cosas aparentemente más insignificantes, puede conmover profundamente incluso a través de un pequeño acto.
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