Esta es una versión resumida de un artículo publicado por Philosophical Society.com en junio de 2005. Se reimprime con permiso.
Un hombre de 35 años se despierta un día agudamente consciente de una vaga ansiedad, una sensación de malestar, tal vez melancólica. Atribuye el estado de ánimo a los problemas en el trabajo y a una relación rota. Pasan semanas, incluso meses, pero el "sentimiento" turbulento e inquietante permanece. Hay ligeras irregularidades en sus patrones de sueño y en su dieta. Está menos interesado en participar en las diversas actividades que antes disfrutaba. Él está más retraído, más apagado.
Mira al mundo y descubre muchas cosas que detestan: injusticia social, la banalización de la cultura moderna, la apatía de sus conciudadanos, la lentitud con que la sociedad parece evolucionar. Le gustaría que la gente se preocupara más por cuestiones e ideas importantes, y menos por cómo se ven o por la cantidad de dinero que tienen. Se pregunta, en ocasiones, si no es un loco, un bicho raro, un insatisfecho. Se recuerda a si mismo (y eso lo tranquiliza) que tiene trabajo, algunos ahorros, un amigo o dos y una familia.
Pasan otros seis o siete meses, y este sentimiento de inestabilidad se metamorfosea en una profunda desesperación. No ve nada en su vida que se sienta completo o al menos ligeramente satisfactorio. Sus relaciones, en su mayor parte, son insustanciales y efímeras. Está casi convencido de que la vida realmente no tiene sentido, incluso piensa en el suicidio.
¿Este hombre debería ser drogado con Prozac o Zoloft? ¿Debería pasar años en el diván del terapeuta intentando entender qué está mal? ¿Debería buscar alivio en la sabiduría de los gurús de la autoayuda o en el consejo de pastores y sacerdotes?
No hay ninguna razón para descartar soluciones farmacéuticas. Medicamentos de todo tipo deben pasar un intenso escrutinio, tienen que cumplir con varias directrices antes de llegar a los consumidores, y continúan siendo supervisados cuidadosamente luego de ser lanzados al mercado. Los resultados de drogas como el Prozac han sido observados desde hace mucho tiempo, y muchos reportan dramáticas mejoras en el estilo de vida de los pacientes tratados.
La vida de un hombre que ha intentado cortarse las muñecas o envenenarse, muy bien podría ser salvada por el litio o la fluoxetina o los inhibidores de la MAO. Esta cruda realidad parece acallar cualquier discusión sobre otros temas que parecen irrelevantes. ¿Por qué el análisis de las sutilezas de la patología social en la que este hombre se encuentra sumido debiera atenuar su propia depresión? Si el alivio se puede obtener mediante un régimen mensual de pastillas, ¿para qué filosofar? ¿Para qué perderse en un laberinto de interpretación psicoanalítica? ¿Por qué la sociedad debiera cuestionar o intentar cambiar aquello que no se puede cambiar?
Estas preguntas tienen una fuerza y una relevancia que les son propias, pero no anticipan las implicancias que estas preguntas pueden tener: puede significar que la depresión tal vez no sea un mal que deba ser extirpado de la mente o una enfermedad que deba ser paliada con medicamentos. Tal vez la depresión sea una manifestación de pesimismo filosófico, una reacción natural al propio entorno social y a la propia situación. Imaginémonos si el término “Depresión” no se definiera despectivamente, sino positivamente:
"La depresión, en la mayoría de sus manifestaciones, es la sana sospecha de que:
1) Tal vez no haya un objetivo o propósito en la existencia, y/o
2) Tal vez la vida que las personas se han construido, su "estructura de sociedad”, no sea una en la que valga la pena participar
El objetivo no debe ser matar a esta sospecha, sino domesticarla y trabajar sobre ella".
Una Pregunta Existencial
Definiciones como la que se acaba de enunciar, naturalmente sería ridiculizada por profesionales y expertos de todo el mundo, declarándola irresponsable e inexacta a un mismo tiempo. La declaración anterior, sin embargo, humaniza el estado depresivo, y aborda correctamente la cuestión del significado de la vida como, posiblemente, uno de los cuestionamientos más importantes que una persona puede hacerse. Y una respuesta pesimista sobre el sentido de la vida es tan posible como cualquier respuesta ingenuamente optimista. Hacer la salvedad de que esto aplica "en la mayoría de sus manifestaciones (…)", permite considerar que algunas depresiones pueden requerir la intervención farmacéutica inmediata (por ejemplo, cuando el riesgo de suicidio es alto).Hay otras dos ventajas a la declaración anterior. En primer lugar, es compatible con la opinión generalizada de que la depresión puede presentarse en la psique al mismo tiempo que el genio. Filósofos como John Stuart Mill, William James y Friedrich Nietzsche sufrieron las peores angustias de la depresión. Una gran cantidad de otros artistas y escritores sufrió el mismo destino, incluyendo Edgar Allan Poe, William Blake, Mark Twain, Wolfgang Mozart, Charles Dickens, Vincent van Gogh, TS Eliot, Ernest Hemingway y Sylvia Plath.
En segundo lugar, plantea un espíritu reflexivo al considerar la relevancia de las experiencias vividas y nos desafía a abandonar nociones simplistas sobre la depresión. También nos lleva a considerar si el estado depresivo no es, en cierta medida, algo racional y objetivamente justificado.
RD Laing, un psicoterapeuta radical que se identificó con varias ramas del existencialismo, cree que el objetivo de la psicoterapia no debe ser reconciliar a los pacientes con una normalidad que puede no ser la más saludable para ellos mismos, sino que la psicoterapia debe abrir un camino hacia la trascendencia.
Nuestro entorno puede expandir o restringir nuestras posibilidades de crecimiento espiritual e intelectual. En “The Politics of Experience”, Laing ofrece un excelente pasaje del sociólogo Erving Goffman:
“No existe agente más efectivo que otra persona para dar vida a nuestro mundo, o para marchitar la realidad que se nos presenta, mediante una mirada, un gesto, o una observación.”
Un pesimista y un existencialista, de hecho, podrían estar de acuerdo en que el mundo está arruinado, que las normas sociales son en sí patológicas, que los sentimientos de desesperanza, ansiedad, pérdida y falta de sentido pueden ser típicos en personas que son excepcionalmente inteligentes y observadoras. Una persona que está "deprimida" puede, por lo tanto, estar viendo cosas que otros no ven, tal vez tenga una aguda comprensión del extravío de la cultura moderna, quizás posea un refinado sentido de lo bueno y lo bello. Por lo tanto, drogar a una persona por depresión atenuaría su visión, desensibilizar su percepción, mataría su tendencia a buscar significados.
¿Cuál es la importancia práctica de este concepto? Que la mejor y más auténtica terapia puede consistir en el examen de las circunstancias o las condiciones en sí mismas, siendo la comprensión la meta principal. No solamente lograr arreglos prácticos o paliativos. Localizar la etiología en algún lugar del flujo y reflujo de las relaciones sociales, considerando que algunas de las personas más brillantes que han existido estaban deprimidas, y que ningún súper fármaco es lo suficientemente eficaz para erradicar los males de la cultura y la sociedad moderna.
Tim Ruggiero es un escritor independiente y editor de Philosophical Society.com.
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