Para Tsunesaburo Makiguchi, educador y presidente fundador de la Soka Gakkai, la imaginación era una poderosa herramienta que nos permite descubrir las profundas formas en que nuestras vidas se entrelazan con el mundo, tanto cercano como lejano.
El libro se inicia con un acto de imaginación cuando Makiguchi se describe a sí mismo en su estudio. A pesar de su pobreza, él es capaz de llevar ropa de lana sudamericana o australiana, tejida con labor Inglés utilizando acero y carbón de esa tierra. La lámpara en la sala quema aceite extraído de la región del Cáucaso de Rusia; las gafas que usa tienen lentes producidas con habilidad y precisión por artesanos alemanes. Makiguchi reflexiona sobre los procesos por los cuales estos productos fueron planteados, extraídos, reunidos, fabricados, transportados y vendidos antes de llegar a él.
"De esta manera, me doy cuenta de que nuestras vidas se extienden y son sustentadas por el mundo entero, el mundo es nuestro hogar, y todas las naciones son el campo de nuestra vida cotidiana".
Aquí, Makiguchi no sólo está expresando su conciencia de la interdependencia económica que se profundiza al inicio del siglo XX. También esboza uno de los aspectos claves de su acercamiento a la geografía - la importancia de observar cuidadosamente nuestro entorno inmediato.
"Aunque el entorno físico que pretendo discutir en este libro puede ser limitado, cuando observamos la comunidad local de una manera cuidadosa y ordenada, descubrimos que contiene un conjunto infinito de materiales de estudio y de aprendizaje. Las circunstancias de las vastas extensiones del cielo y la tierra se revelan en gran medida, incluso en la parcela de terreno más pequeña."
Luego, a partir de las teorías pedagógicas vanguardistas de su época, él ofrece el paradigma del "interés multifacético" como principio rector de la observación, para asegurarse de que procede de una "manera cuidadosa y ordenada".
La idea de interés multifacético implica que la forma en que observamos e interactuamos con el mundo está decisivamente formada por nuestros intereses y preocupaciones. Para un científico, por ejemplo, medir la altura precisa de una montaña puede ser el interés que guíe su conexión con esa parte del mundo natural. Un pastor puede estar más interesado en las oportunidades de pastoreo que ofrece en diferentes estaciones del año, mientras que otra persona podría derivar intensa inspiración estética o incluso religiosa de la misma entidad física.
Para Makiguchi, entender claramente la naturaleza subjetiva de la observación era clave para permitir a los estudiantes desarrollar precisos mapas imaginarios del mundo.
Hay otro vector de la imaginación en la pedagogía de Makiguchi: su estímulo a los profesores para imaginar el conocimiento y la comprensión que los niños ya poseen mucho antes de entrar al aula. Como escribió en su libro de 1912 sobre estudios de la comunidad: "Asumir que la mente de un niño no contiene conceptos fundamentales acerca de la comunidad local que puedan compartir con nosotros es una fuente básica de error. Es una despiadada ridiculización de los niños... ".
Para demostrar esto, aconseja al docente encontrar e interrogar a un niño con habilidad para atrapar libélulas. El conocimiento del niño, su capacidad para describir los diferentes tipos de libélulas y sus variaciones, con toda seguridad superarán con creces las del docente, "cuyo conocimiento deriva de los libros o de investigaciones realizadas en el transcurso de unos pocos años de vida académica...".
Un Viaje Intencional
De 1905 a 1908, Makiguchi estuvo involucrado en diversas actividades educativas para niñas y mujeres jóvenes, incluyendo un curso por correspondencia. Lecturas bimensuales sobre diferentes temas eran enviadas por correo a los suscriptores; compiladas y abrochadas, éstas servían como libro de texto en una época en que el acceso a materiales impresos era todavía limitada. Varias de las lecturas del curso de segundo año han sido recientemente descubiertas, y ofrecen una de las ventanas más directas al método de enseñanza de Makiguchi.
En un capítulo, invita a los estudiantes a imaginarse haciendo el viaje de Tokio a Londres a través de tres rutas diferentes: por vapor cruzando el Océano Índico, atravesando el Canal de Suez, pasando el estrecho de Gibraltar y al norte por el Canal de la Mancha; por barco a China o Rusia, y luego por el recientemente finalizado ferrocarril transiberiano para cruzar a lo ancho el continente eurasiático; finalmente, cruzando el Océano Pacífico en vapor, y luego en tren a través de América del Norte y en vapor de Nueva York a Southampton, completando el viaje a Londres en tren.
Makiguchi anima a sus estudiantes a aprender las distancias para cada tramo del viaje, pero señala que las aproximaciones redondeadas serán suficientes: lo importante es la comprensión general y relativa de las distancias, no la memorización de números precisos. Y subraya que estas lecciones se pueden aprender en los cortos tiempos disponibles entre los quehaceres y las tareas domésticas de estas jóvenes mujeres no privilegiadas.
Fundamentalmente, Makiguchi invita a sus jóvenes lectores a imaginar los paisajes y sonidos de la travesía, como el sonido al abrirse grietas en la tierra helada a -50 ° C de frío, o de las manadas de ciervos salvajes amontonándose juntos para compartir y conservar el calor. Probablemente no es una coincidencia que Makiguchi dirija su imaginación - y la de sus lectores - más concretamente hacia Rusia, la nación que Japón acababa de derrotar en una guerra encarnizada (1904-1905).
En Geografía de la Vida Humana, Makiguchi afirmó que debemos pensar en nuestra vida con tres diferentes niveles de pertenencia; entender que somos al mismo tiempo ciudadanos de una comunidad local, de una sociedad nacional y del mundo.
La comunidad local es donde directamente observamos las realidades - natural, cultural, económica y política - que establecen el escenario para nuestras vidas. Al comprender esto, estamos equipados para imaginar una sociedad nacional integrada por personas, iguales a nosotros, viviendo sus vidas en comunidades formadas por intereses y preocupaciones muy similares a los nuestros. Y más allá de eso, podemos imaginar gente en tierras lejanas, cuyas vidas, familias y comunidades son tan valiosas para ellos como las nuestras lo son para nosotros.
Andrew Gebert es traductor e investigador en el Instituto de Filosofía Oriental en Tokio. También es coeditor, con Jason Goulah, de “Tsunesaburo Makiguchi: Educational Philosophy in Context”.
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